Artículos

Don Ungido,El Cristiano que no le gustaba congregarse

Hace un tiempo conocí a un hombre cuyo léxico cristiano podía cautivar y admirar a cualquier persona, bastaba con prestar atención tan solo unos minutos para darse cuenta que se trataba de un creyente con mucho conocimiento Teológico. Poseía un sin fin de argumentos con sustento bíblico a cada cuestionamiento posible.

También era un eximio orador, capaz de conducir una plegaria en voz alta con una fluidez tal que sorprendía a los ministros más elocuentes y experimentados. Solía ser el primero en imponer manos al pueblo al culminar cada sermón dominical.

Al paso del tiempo en su caminar con Cristo, se fue dando cuenta del evidente favor de Dios que llevaba consigo doquiera que iba, la inevitable sobre estima de la gente que lo rodeaba lo fue cubriendo de un ligero abrigo de soberbia y altivez. Todos los que con él habían comenzado esta carrera le parecían haberse aletargado, en una comodidad o estancamiento, a sus ojos no había alguien con la suficiente autoridad espiritual que se le aparejara. Diáconos, líderes, ministros, predicadores; parecía que en ningún lado había alguien con su mismo espíritu de conquista, de éxito, de entrega y nivel de trabajo en la obra.

Su «nivel de unción» lo llevó fuera de la congregación a desarrollar su ministerio, porque obviamente, alguien que ha sido llamado a conquistar, no puede ni debe permanecer encajonado en las cuatro paredes de un templo, llegó el momento en que le quedó muy chica su iglesia.

Don Ungido, inició su propio ministerio de alcance a las naciones, sigue predicando y ministrando por doquier, añadiendo más diversificación por supuesto, cuenta ya con liberación de demonios a domicilio. Solo necesitan telefonearlo e informarle de algún caso de aparente ataque demoníaco y llega para liberar todo el lugar.

Con todo esto ya no hay tiempo para congregarse, ya no puede darse el lujo de perder tiempo asistiendo a los cultos, no puede permitirse el ir un domingo a escuchar la palabra de la boca de un pastor o líder porque ahora él sabe mucho más que cualquiera de ellos. No hay quien le gane una, él es sabio para todos los temas, su opinión es como una ley, su pensamiento es como una revelación divina.

¿En qué momento exacto una persona pierde el piso? A qué nivel de autoestima o narcisismo  debe llegar un creyente para sentirse que ya su iglesia no lo merece, que sus muchos talentos deberían ser más valorados, que sus ideas y puntos de vista requieren ser aplicados en cada decisión que la iglesia toma.

La gran mayoría de los casos comienza con un menosprecio en su corazón hacia quien lo pastorea, un sentimiento de superioridad que enceguece y aminora todo los demás talentos y dones a su alrededor.

Lo peligroso de convertirse en un llanero solitario, no es el que se esté ministrando o impartiendo la palabra fuera de la iglesia, por el contrario, es totalmente loable que alguien se desenvuelva en el campo, que es verdaderamente a donde Dios nos llamó. No obstante, alguien que anhela con todas sus fuerzas servir al Señor, que ha echo del evangelio su mejor causa, necesita vivir sujeto a una autoridad, tal cual Cristo en los días de su carne. (Juan 5:19) Es imposible pretender ser lumbrera en el mundo, cuando no se es ejemplo en casa.

Somos Siervos llamados a 3 principales propósitos: Servir a Dios, Servir al mundo y Servir en la iglesia. Definitivamente debe existir un sano balance entre estos. La Iglesia es como un taller de reparación, como un hospital para el enfermo, como una familia para el desamparado. Es el lugar donde nos reunimos con gozo y alegría a beber de las aguas del trono de Dios, a ser embestidos con su dulce Espíritu, asistimos a cada reunión con un mismo propósito y un mismo espíritu; desbordarnos al exaltar la grandeza, la misericordia, la bondad, la gracia que el Dios altísimo, el creador de todo lo existente, ha tenido con nosotros. Acudimos a prepararnos, a adquirir un conocimiento bíblico integral, aprendemos a ser mejores padres, mejores hijos, mejores ciudadanos. No puede haber una persona que se adjudique el título de «Cristiano» si no posee una vida ligada al trabajo de su iglesia local, si no se congrega, si no habita en armonía con sus demás hermanos en Cristo. (Salmos 133:1)

Existe una crisis de miembros comprometidos en su vida cúltica, se tiene como un pesar el asistir a una sola reunión semanal de 2 ó 3 horas, ya no se diga 2 ó 3 reuniones por semana. Cómo se puede ser partícipe de 90 minutos de un partido de fútbol, 1 hora de concierto, más de 2 horas de un película, 45 minutos de una serie de T.V, 8 horas diarias de trabajo, 7 horas diarias de escuela, 2 horas de esparcimiento semanal con amigos o familiares… Pero se vuelve tedioso asistir a la iglesia. Este no es un problema nuevo, desde el primer siglo ya existían personas quienes optaban por no congregarse, por lo cual el escritor a los hebreos escribió estas palabras: “No dejando de congregarnos como algunos tienen por costumbre”.(Hebreos 10:25)

¿Cuáles son las excusas mayormente usadas por «creyentes» que tienen la costumbre de no asistir a la iglesia?

  1. Llegué muy cansado del trabajo
  2. Me llegó familia a casa
  3. Voy de paseo con mis amigos
  4. Tengo mucho que estudiar para la escuela
  5. Tengo muchas cosas que hacer en la casa
  6. Hoy amanecí sin ganas
  7. Hoy estaba lloviendo muy fuerte
  8. Amaneció un solazo horrible

¿Cuáles son las excusas mayormente usadas por inconversos para no asistir a la iglesia?

  1. La iglesia está llena de hipócritas
  2. El domingo es el único día que puedo descansar
  3. El domingo es el día que ocupo para hacer talacha en casa

Podríamos fácilmente disertar en cada uno de los puntos anteriores de los cuales hay mucha tela de donde cortar y sin duda alguna, asociamos a muchos de nuestros conocidos con cada excusa. Que peligroso es cuando adoptamos alguna excusa para escudar nuestra inasistencia y en los casos más extremos; nuestra indiferencia al habito de congregarnos.

Hoy existen muchos ministerios que desfilan en los púlpitos, excelentes grupos musicales, predicadores y demás personas que se desenvuelven de una forma extraordinaria en su medio, porque se han «profesionalizado» ya saben que mensaje de su amplio catálogo van a recalentar y dar como «nuevo», fueron aprendiendo con el tiempo cómo medir el terreno en donde están parados, para decir ciertas frases en el momento correcto y oportuno para amistarse con la iglesia y aparentar que hay un poderosa revelación fluyendo por sus labios, mas lo cierto es que algunos carecen de un pastor, no tienen una iglesia, no se reportan a nadie, no dan cuentas de nada, no diezman, no ofrendan, tal pareciera que un anarquismo espiritual se ha apoderado de ellos.

Viajan por todos lados, ministran en cualquier lugar donde les dan entrada, hacen, deshacen, son dueños de su tiempo y de sus acciones. No hay quien pueda ponerles en disciplina ni llamarles la atención, son auto suficientes, dicen depender de Dios, pero carecen de sujeción a un líder terrenal. Esto hace que los pocos frutos que pueden levantar no tengan un fuerte cimiento, ¿Qué puede ministrar una persona que no le gusta someterse a la autoridad eclesial? ¿Qué puede transmitir un «creyente» que no se alimenta con pastos frescos? ¿Qué puede enseñar alguien que no persevera en la doctrina, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones?

Por mucha lectura, oración o ayuno que un cristiano pueda ofrecer de forma individual en su casa, nunca se equiparará el tener una linda iglesia, unos hermanos en Cristo cuyo lazo emocional llega a ser tan fuerte como el de sangre. Con cuánta razón el Salmista David expresó: «Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, Para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo.» (Salmos 27:4)

Es mi deseo que pueda moverse algo en nuestro interior si en algún momento la mala costumbre de no congregarse nos ha querido invadir, abramos nuestro entendimiento y digamos como el hijo pródigo: «…en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre»

Congregarse no es leer las sagradas escrituras en casa, no es ver una predicación en Internet o la transmisión en vivo de un culto, es despojarnos de toda excusa e incitar a nuestro cuerpo, nuestro espíritu a correr al río del Espíritu Santo y zambullirnos en él, no importando quién predica hoy, a quién le toca dirigir el culto, quien va a preparar el talento, cuánto irá a durar hoy el servicio. No importa cuan cansado o agotado estés, siempre habrá una bendición para nosotros aguardándonos en la casa del Rey de Gloria, ¡Aleluya!

William Velázquez Valenzuela

Amante de la escritura, la educación, la tecnología y su impacto positivo para extender el reino de Dios. Un poco de locutor y otro poco de teólogo.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba