El Fuego de Mi Corazón

He aprendido que el fuego de Dios en nuestras vidas es algo que necesita ser constantemente alimentado y cuidado. La Biblia, llena de metáforas del fuego que simboliza la presencia y poder de Dios, nos muestra que desde Moisés y la zarza ardiente hasta la columna de fuego que guiaba a Israel, este elemento divino ha sido central en la relación de Dios con su pueblo.
Recuerdo aquellos primeros días de mi fe, vibrantes y llenos de fervor, cuando todo lo dejaba por amor a Su nombre. Sin embargo, como muchos, he sentido cómo con el tiempo, ese ardor inicial por la obra de Dios puede empezar a disminuir. Las circunstancias, los desafíos en la congregación, y las distracciones de la vida pueden hacer que ese fuego divino se convierta en apenas una chispa.
He aprendido durante estos veinte años de ministerio que mantener vivo el fuego de Dios es un acto de voluntad y devoción. El apóstol Pablo, en su consejo a Timoteo, nos recuerda que no debemos descuidar el don que Dios ha puesto en nosotros. Timoteo, aunque ferviente al principio, comenzó a perder ese fuego, esa pasión. Y no está solo en esa experiencia; muchos de nosotros podemos sentirnos identificados con su situación.
La pasión y el celo por Dios pueden disminuir, pero también pueden ser reavivados. Es una llamada a la acción, un despertar espiritual. Así como en Levítico se nos instruye a no dejar que el fuego del altar se apague, debemos esforzarnos cada día por alimentar ese fuego divino en nuestros corazones.
He observado que no hay nada más transformador que un corazón verdaderamente encendido por Dios. La diferencia entre una vida espiritual avivada y una que no lo está es palpable. Un joven lleno del fuego de Dios irradia pasión, amor y una inquebrantable fe que contagia a otros.
Así que, mi exhortación para ti, querido joven, es que busques esa renovación espiritual. No permitas que el fuego se apague. Reconoce, como lo hice yo, que si te has alejado, si has dejado que otras cosas ocupen el lugar de Dios en tu vida, es momento de volver. Es momento de pedirle a Dios que reavive ese fuego, que te devuelva el gozo de tu salvación y te llene nuevamente de Su presencia.
Que este sea nuestro constante deseo: servir a Dios con un corazón ardiente, pleno de su fuego y presencia, para que, en cada época y circunstancia, reflejemos la luz y el calor de su amor inextinguible. Al Rey de Reyes, al Dios Inmortal, Invisible, el único sabio Dios, sea todo honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén y amén.