«Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones, y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos. La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos.»
— Hageo 2:6-9
Dentro de los libros proféticos con grandes visiones y revelaciones del Señor, hay uno que se menciona con poca frecuencia, quizá porque no figura dentro de los que se denominan profetas mayores, pero su mensaje y su función tienen un gran peso en la obra de la restauración del segundo tempo de Jerusalén, estoy hablando del profeta Hageo, este varón fue levantado por Dios en tiempos precisamente de restauración para el pueblo de Judá, después de su regreso del exilio babilónico. En un período en el que el pueblo intentaba reconstruir sus vidas y el templo de Dios, había tristeza. desánimo y frustración. Muchos, especialmente los ancianos que recordaban el glorioso templo de Salomón, sentían que lo que estaban reconstruyendo no se compararía con lo que antes habían conocido, es decir, el primer templo hermoso que Salomón había levantando.
Sin embargo, Dios trajo a través de Hageo un mensaje de esperanza: «La gloria postrera será mayor que la primera.» Esta declaración profética venía en un momento en el que las circunstancias no parecían favorables. El pueblo estaba desanimado por la diferencia entre el esplendor del primer templo y lo que ahora estaban logrando con sus recursos limitados. Sin embargo, Dios les aseguraba que lo que vendría sería más glorioso.
1. La Gloria Primera, El Templo de Salomón
En 1 Reyes 6:21-22, se describe el templo de Salomón como una obra maestra, una estructura arquitectónica de primer nivel para su tiempo. Cubierto de oro puro por dentro y por fuera, lleno de maderas preciosas, detalles que asombraban a propios y extraños y adornado con un esplendor que representaba la gloria de Dios en la tierra. Era el lugar donde la presencia de Dios habitaba de manera tangible. Durante su dedicación, algo extraordinario ocurrió: «la casa se llenó de una nube, la gloria de Jehová» (2 Crónicas 5:13-14).
El templo de Salomón no solo era impresionante en términos materiales, sino también espiritualmente. Fue un símbolo de la gloria visible de Dios entre Su pueblo, una manifestación de Su presencia que incluía milagros, prodigios y manifestación visible y tangible. Cuando el fuego descendió del cielo, consumiendo el sacrificio en el altar, el pueblo se postró y reconoció la grandeza de Jehová. Los sacerdotes no pudieron seguir ministrando, Salomón por otro lado, postrado reconociendo la majestuosidad de Dios. Esto representa lo que llamamos la gloria primera, una gloria visible y poderosa, centrada en la manifestación física y palpable de la presencia de Dios en el templo. Algo que tan solo de pensarlo me hace estremecer.
2. La Promesa de la Gloria Postrera
Hageo 2:6-9 introduce una profecía de esperanza, una visión de una gloria futura aún mayor que la que el pueblo había visto en el templo de Salomón. Hageo les habló de un tiempo en el que Dios haría temblar los cielos y la tierra, y el Deseado de todas las naciones vendría. Este «Deseado» es una referencia directa al Mesías, Jesucristo, quien cumpliría esta profecía de una manera que el pueblo no podía anticipar.
La promesa de una gloria postrera implicaba más que una restauración física del templo. Se trataba de una transformación radical, de una manifestación espiritual sin precedentes. Lo que Dios estaba anunciando a través de Hageo no era solo la restauración de un templo hecho de manos de hombre, sino la llegada de una gloria eterna y espiritual que cambiaría todo para siempre.
3. La Realización de la Gloria Postrera, Jesucristo
La profecía de Hageo encuentra su cumplimiento más profundo en la llegada de nuestro Señor Jesucristo. Cuando Jesús entró triunfalmente en Jerusalén, montado en un pollino, fue recibido por una multitud que gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Mateo 21:8-10). Esta entrada cumplía la profecía que menciona el título del Deseado de todas las naciones, pero la gloria que traía consigo era muy diferente a lo que el pueblo había experimentado en el templo de Salomón, nunca se imaginaron que llegaría a la tierra en la forma en que lo hizo.
Jesús no trajo una gloria material. No llegó con esplendor físico ni con la majestad que ellos esperaban, ni con ejercito o espada en mano destruyendo a los enemigos, La verdadera gloria postrera fue Su obra redentora en la cruz, Su resurrección y la promesa del Espíritu Santo. Cuando el maestro fue crucificado, la tierra tembló (Mateo 27:51). Ese temblor fue un recordatorio de la profecía de Hageo: los cielos y la tierra serían sacudidos, y el Mesías, el Deseado, establecería una nueva gloria.
La promesa de la Gloria Postrera, entonces, se cumple en la persona de Cristo, quien trajo una gloria mucho más grande que la visible en el primer templo. Ya no necesitamos estar 24/7 en un templo físico donde la presencia de Dios habite, porque nuestros cuerpos son ahora el templo del Espíritu Santo (1 Corintios 3:16). Esta es la gloria mayor que Hageo profetizó: Dios con nosotros, dentro de nosotros, a través del Espíritu Santo.
4. La Gloria en Nuestra Vida Hoy
Esta gloria no es solo para un tiempo pasado o futuro, sino que es una realidad presente en nuestras vidas. Hoy, como cristianos, somos llamados a vivir en la luz de esta Gloria Postrera. La presencia del Espíritu Santo en nosotros es la garantía de que la obra de Cristo se sigue manifestando en el mundo actualmente.
Así como el pueblo de Israel necesitaba restaurar su templo, nosotros también somos llamados a permitir que Dios reconstruya nuestras vidas. Tal vez nuestras «estructuras» espirituales se han visto dañadas por el pecado, las dificultades o el desánimo de nuestra vida diaria, pero la promesa de Dios sigue vigente: «La gloria postrera será mayor que la primera.»
No importa cuánto parezca que hemos perdido o cuán desanimados estemos por las circunstancias, o que tan lejos estemos de recuperar nuestra posición en el Señor, Dios está trabajando para restaurar y manifestar una gloria aún mayor en nuestras vidas. El Espíritu Santo es quien nos capacita, transforma y nos lleva de gloria en gloria (2 Corintios 3:18).
La Gloria Postrera no solo nos recuerda la obra redentora de Jesucristo, sino que también nos apunta hacia el futuro. Un día, esa gloria será consumada completamente cuando Jesús regrese como el Rey de reyes y Señor de señores (Apocalipsis 19:11). Ya no vendrá humilde en un pollino, sino con todo el poder y la gloria de Dios. Mientras tanto, nosotros somos llamados a vivir en expectativa de Su venida, permitiendo que Su Espíritu transforme nuestras vidas y nos prepare para Su gloriosa manifestación final.
Yo anhelo esa Gloria Postrera en mi vida
Búscala en tu vida diaria. No esperes a grandes convenciones, confraternidades, cultos especiales o señales, milagros. La gloria de Dios está en cada momento, en cada oración y en cada acto de obediencia.
Vive en expectativa de la venida de Cristo. Trabaja, estudia, prepárate, como si el Señor tardara muchos años en venir aún, pero vive cercano, muy cercano al Señor como si el viniera esta misma semana.
Permite que el Espíritu Santo transforme tu vida. Como templo de Dios, somos llamados a reflejar Su gloria en todo lo que hacemos. Deja que el Espíritu Santo guíe tus pensamientos, palabras y acciones en tu día a día.