La Misericordia de Dios

La misericordia es un atributo central de Dios, evidenciado en su trato con nosotros. No es por nuestras obras o méritos que Dios nos mira con favor, sino por su misericordia, manifestada plenamente en Jesucristo. Esta misericordia es la razón por la cual no somos consumidos por nuestras fallas.
En 2 Samuel 9, David busca a alguien de la casa de Saúl para extenderle misericordia, cumpliendo su pacto con Jonatán. Este acto refleja la misericordia divina: no se basa en los méritos de Mefiboset, sino en el compromiso de David. Similarmente, la misericordia de Dios hacia nosotros se fundamenta en el pacto nuevo establecido por la sangre de Cristo.
Todos somos pecadores y lejos de alcanzar la perfección divina, como Jesús lo señaló respecto a los escribas y fariseos. En Cristo, quien se hizo pecado por nosotros, encontramos justificación y nos convertimos en la justicia de Dios. La misericordia no es algo que merecemos, sino un regalo gratuito de Dios, que nos justifica y nos redime.
La misericordia es un don inmerecido que refleja el corazón de Dios. Aprendemos a ser misericordiosos, imitando a Dios cuya naturaleza incluye extender bendiciones independientemente de nuestros méritos. Las Escrituras, desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento, revelan la misericordia constante y renovada de Dios hacia la humanidad.
- El padre del hijo pródigo no cuestionó el pasado de su hijo al verlo volver, sino que lo recibió con misericordia y celebración.
- El buen samaritano mostró misericordia al herido, sin considerar los costos o el pasado del individuo.
Estamos llamados a vivir en misericordia, reflejando el amor y la gracia de Dios en nuestras vidas. El perdón, el amor y la entrega son maneras prácticas de mostrar la misericordia de Dios, reconociendo que todo lo que somos y tenemos proviene de Él.
La misericordia de Dios es una verdad profunda y transformadora que debe impregnar nuestra vida y relaciones. Entender y experimentar esta misericordia nos libera para vivir en gratitud, amor y servicio, mostrando al mundo el carácter de Dios. No es por lo que somos o hacemos, sino por lo que Dios ha hecho en nosotros a través de su misericordia inagotable.