La Sensibilidad del Corazón

«No conocer a Dios es como vivir en la oscuridad, y antes ustedes vivían así, pues no lo conocían. Pero ahora ya lo conocen, y han pasado a la luz; vivan entonces como corresponde a quienes conocen a Dios, pues su Espíritu nos hace actuar con bondad, justicia y verdad.»
Efesios 5:8 (Traducción en lenguaje actual)
¿Recuerdas el momento en que tu corazón latía al compás de la gracia divina, cuando cada paso errado era sentido con una profundidad que te llevaba a buscar la misericordia de Dios? Es un sentir que, como creyentes, valoramos porque es prueba de la obra del Espíritu Santo en nosotros, pero ¿qué sucede cuando ese dolor por el pecado comienza a desvanecerse?
El desafío de mantener viva nuestra sensibilidad espiritual es constante. En la comodidad de la rutina, podemos caer en la trampa de normalizar las faltas, de perder la noción de que cada pecado es una mancha en el lienzo de nuestra comunión con el Padre. Es en ese adormecimiento del alma donde residimos en la oscuridad, olvidando que fuimos llamados a la luz.
Hoy te invito a un tiempo de introspección, a preguntarte: ¿En quién me he convertido? Si encuentras que tu corazón ha perdido sensibilidad, no te desanimes. La gracia de Dios es suficiente para renovarte. Dedica un momento para la oración, para la lectura de su Palabra y para la comunión genuina con Él. Abre tu corazón al arrepentimiento sincero y permite que la luz de Cristo disipe las sombras de la complacencia.
Repite esta oración: Padre Celestial, reconozco que a veces mi corazón se endurece y mi sensibilidad al pecado disminuye. Te pido que renueves en mí un espíritu sensible y obediente. Ayúdame a vivir en constante reconocimiento de tu santidad, buscando siempre agradarte en todo lo que hago. En el nombre de Jesús, Amén.
Que la búsqueda de la santidad sea el eco de nuestras vidas, recordando siempre que, aunque fallemos, la fidelidad de Dios nos invita a volver a Él, a transformar nuestro corazón de piedra en uno de carne, sensible a su voz y a su voluntad.