Estudios

Restaurando nuestra identidad en Dios

Vivimos en una época de constante bombardeo de ideologías y estilos de vida que muchas veces se contraponen a los valores que nuestra fe promueve. Vamos a ver cómo nuestra identidad como imagen y semejanza de Dios nos capacita para enfrentar estos retos, recordando siempre quiénes somos y a quién le pertenecemos.

1. Somos Creados a Imagen y Semejanza de Dios

Aspecto Relacional: Ser creado a imagen de Dios nos llama a una relación profunda: primeramente con nuestro Creador y también con aquellos que nos rodean. Esta capacidad de relación va más allá de simples interacciones; nos invita a la comunión, al cuidado mutuo, y a reflejar el amor y la misericordia de Dios en cada gesto y palabra. La Biblia nos dice: «Y Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó.» (Génesis 1:27). Este versículo no solo subraya nuestra relación con Dios, sino que enfatiza nuestra responsabilidad de vivir en armonía con las demás personas de nuestro entorno

Capacidad Moral y Espiritual: A diferencia de cualquier otra criatura, los seres humanos poseemos una conciencia moral, un espejo del carácter justo de Dios. Esta capacidad nos habilita para discernir entre el bien y el mal, y para elegir actuar de manera que honre a Dios. Santiago 4:17 nos recuerda: «A aquel, pues, que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.»

Creatividad y Razonamiento: La creatividad humana, ya sea en las artes, la ciencia o cualquier otro campo, refleja la creatividad de Dios. Nos ha sido dada la habilidad no solo para apreciar la belleza y la complejidad del mundo que nos rodea, sino también para contribuir a él. Al crear, ya sea música, arte o soluciones a problemas, estamos participando en la obra continua de Dios.

2. Somos Diferentes al Resto de la Creación

Génesis 1:28 nos encarga gobernar sobre la creación de Dios, un mandato que implica una gran responsabilidad. Este dominio debe reflejar la soberanía y el cuidado de Dios, no un control destructivo. Estamos llamados a administrar los recursos de la tierra con justicia , protegiendo y preservando el mundo para nuestras generaciones presentes y futuras.

El hecho de que fuéramos creados a imagen de Dios establece un estándar muy alto de dignidad y valor que trasciende capacidades físicas o status social. Este entendimiento es la base de muchos principios éticos y derechos humanos, recordándonos que cada persona merece nuestro respeto y amor, sin importar raza, credo, posición social o religión, simplemente porque ellos también fueron creados a imagen y semejanza de Dios, de esta forma estaremos mostrando al mundo el verdadero amor que Dios tiene para con la humanidad.

Entender que todos somos imagen de Dios debería transformar nuestra manera de ver y tratar a los demás. Esto se manifiesta en un profundo respeto por la vida y la dignidad humanas, en todas sus formas y en todos sus estados, todo ser humano que en su juventud o vida adulta muestra ciertos rasgos de comportamientos sociales un tanto desagradables para los demás, tuvo que ser roto primero en algún momento de su niñez, por las personas que debieron cuidar de él o de ella. El entendimiento de esto debería influir en cómo interactuamos con ese tipo de personas. Practicar la justicia, mostrar misericordia y caminar humildemente con Dios son principios que deberían guiarnos cada día, en la escuela, el trabajo y con nuestros familiares inconversos. (Miqueas 6:8).

4. Ser Verdaderos en un Mundo Falso

La era digital nos ofrece la posibilidad de presentarnos de maneras que pueden no ser auténticas. Podemos elegir qué deseamos mostrar a los demás, cambiar nuestra apariencia física con filtros, aparentar ser quienes no somos con tal de ser aceptados y olvidar un poco el vacío que posiblemente tengamos en el corazón. Sin embargo, recordar que somos hechos a imagen de Dios nos llama a vivir vidas de transparencia y autenticidad, tanto en línea como fuera de ella.

El Impacto del Pecado en Nuestra Identidad

El relato bíblico de la caída en Génesis 3 no solo marca el inicio del pecado en la historia humana, sino que también ilustra cómo nuestra identidad, creada para la comunión y la gloria de Dios, fue profundamente alterada por la desobediencia.

Adán y Eva, influenciados por la serpiente, desobedecen el único mandato que Dios les había dado: no comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Esta acción no solo es un acto de rebeldía, sino un paso hacia una identidad fracturada, donde el miedo y la vergüenza reemplazan la libertad y la transparencia que disfrutaban en la presencia de Dios. «Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto» (Génesis 3:8).

Vergüenza y Miedo: La inmediata autoconciencia sobre su desnudez simboliza una pérdida más profunda: la de su identidad pura y sin mancha que tenían hasta ese momento de debilidad. Este momento de vergüenza es crítico, pues muestra cómo el pecado distorsiona nuestra capacidad de estar en la presencia de Dios sin temor. El pecado roba nuestra libertad para ministrar, para cantar, para danzar. Nos da vergüenza presentarnos ante Dios en la situación a la que el pecado nos conduce.

El pecado nubla nuestra percepción de Dios; ya no lo vemos como el Padre amoroso y cercano. Esta visión distorsionada puede hacernos percibir a Dios como alguien lejano o incluso altamente castigador, lo cual afecta negativamente nuestra relación con Él. Preferimos «darle la vuelta» y pasar por alto nuestro inevitable encuentro con Él para rendirle cuentas.

Pérdida de la Identidad Verdadera: El pecado y desobediencia nos impulsan a buscar identidad en elementos efímeros y superficiales, como el éxito, la apariencia física, el poder, la adquisición y posesión de artículos caros comprados con dinero que no tenemos, para impresionar a gente que no conocemos. Esta búsqueda nos aleja de encontrar nuestro verdadero valor en ser amados y creados por Dios, conduciendo a un sentido de identidad frágil y dependiente de factores externos, como la aprobación de los demás, cuando la única aprobación que necesitamos es de las personas que nos aman.

El Peligro del Materialismo

El materialismo moderno se asemeja al fruto prohibido que nos habla el libro de génesis, prometiendo satisfacción y plenitud pero dejando a menudo un vacío profundo y una identidad inestable. Este deseo de acumular bienes materiales puede desplazar los valores espirituales y eternos que deberían fundamentar nuestra vida. Las personas suelen esconder sus complejos e inseguridades detrás del uso de caras marcas en artículos personales, ropa, calzado, tecnología, etc.

Las plataformas de redes sociales frecuentemente nos incitan a compararnos con los demás, lo que puede llevar a una autoimagen distorsionada. La industria musical y de cine, nos han vendido comparaciones con la celebridad del momento, pretenden imponernos como vestir, como hablar y cómo comportarnos. Además, el constante bombardeo de medios que glorifican ciertos estilos de vida materialistas puede desviarnos de enfocarnos en lo que verdaderamente importa, desplazando así nuestros valores y prioridades.

Preguntas para Reflexión

  1. ¿En qué áreas de tu vida has buscado valor fuera de tu identidad en Dios?
  2. ¿Cómo pueden las redes sociales influir en la forma en que ves a Dios y a ti mismo?
  3. ¿De qué manera específica el consumismo y el materialismo ha impactado tu percepción de lo que realmente importa en la vida?

Recuperando Nuestra Verdadera Identidad En Cristo

El poder transformador de Cristo es fundamental para restaurar nuestra verdadera identidad, aquella que fue distorsionada por el pecado y el mundo. A través de Él, experimentamos una renovación completa que redefine nuestra existencia y cómo interactuamos con el mundo.

2 Corintios 5:17 nos revela un cambio radical: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.» Esta promesa va más allá de una mera mejora superficial. Implica una completa recreación de nuestro ser interior, donde nuestra vieja naturaleza, definida por el pecado, es reemplazada por una nueva, marcada por la justicia y la mente de Cristo.

La obra de Cristo en la cruz nos reconecta con Dios, restaurando la relación que fue quebrantada por el pecado. Esta adopción celestial nos concede no solo un lugar en la familia de Dios sino también una herencia eterna, como coherederos con Cristo (Romanos 8:15-17).

Al aceptar a Cristo, no solo recibimos perdón sino que somos transformados completamente. Esto incluye en  nuestra manera de pensar, sentir y actuar, permitiéndonos vivir de acuerdo con los valores del reino de Dios, mostrando amor, justicia y misericordia en cada área de nuestra vida.

Es fácil caer en la trampa de buscar nuestro valor en logros temporales como la popularidad o el éxito profesional. Sin embargo, estos son pasajeros y a menudo nos dejan insatisfechos, seguimos sintiendo el mismo vacío de siempre. En cambio, una identidad fundada en Cristo nos ofrece un propósito y una satisfacción duraderos que no fluctúan con nuestras circunstancias.

La sociedad moderna y las redes sociales pueden presionarnos para conformarnos a ciertas imágenes o estilos de vida. Como jóvenes cristianos, vivir de acuerdo con nuestra identidad en Cristo nos libera de la necesidad de aprobación externa, permitiéndonos ser auténticos y verdaderos a lo que somos en Él. La única opinión valiosa para nuestra vida debería ser la de nuestros padres, los que velan por nosotros.

Espero que este estudio nos guíe a través del proceso de reconocer nuestra identidad original como imagen de Dios, entender cómo esta fue afectada por el pecado, y finalmente, cómo somos restaurados por la obra redentora de Cristo. Es esencial para los jóvenes cristianos comprender y vivir esta verdad transformadora, equipándolos para enfrentar y reformar las influencias del mundo con la certeza de que su identidad proviene del eterno Dios. El mundo seguirá intentando desvirtuar nuestra imagen, pero poderoso es Dios quien nos ha de cuidar todos los días de nuestra vida, los que hemos creído en Él, los que hemos palpado su gloria, jamás podremos regresar al mundo.

William Velázquez Valenzuela

Amante de la escritura, la educación, la tecnología y su impacto positivo para extender el reino de Dios. Un poco de locutor y otro poco de teólogo.

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