Vida en Cristo

Yo antes era ciego pero ahora veo

Hoy quiero compartirles sobre la singularidad del Evangelio de Juan, el cual es muy distinto a los otros tres evangelios sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas. Cada uno de estos evangelios está dirigido a un público particular. Por ejemplo, Mateo escribe específicamente para los judíos. En Ezequiel 1:15-28, hay una descripción de un ser con cuatro caras, lo cual simboliza la naturaleza perfecta de Dios. Algunos estudiosos relacionan estas caras con los cuatro evangelios:

León: Mateo, representando la fuerza.
Buey: Marcos, el siervo dirigente.
Hombre: Lucas, destacando la humanidad.
Águila: Juan, simbolizando la divinidad.

El Evangelio de Juan se enfoca en manifestar que Jesús es divino. Juan escribe a una comunidad que negaba la divinidad de Cristo, creyendo que era solo un ser humano. Por eso, Juan también tuvo que escribir tres epístolas para afirmar y testificar que Jesucristo no era solo una esencia divina, sino que tenía un cuerpo físico real—algo que él mismo vio y tocó, como lo escribe en 1 Juan 1:1-7

Uno de los propósitos de Juan es establecer claramente que Jesucristo es 100% Dios y 100% hombre. Como humano, Jesús experimentó las mismas necesidades que nosotros, se cansaba y necesitaba descansar. Hay acontecimientos únicos en el Evangelio de Juan, como el encuentro con la mujer samaritana y la sanidad de un ciego, tema sobre el cuál hablaremos hoy.

En todo el capítulo de Juan 9, vamos a abordar el tema de un hombre ciego de nacimiento, un suceso que no se menciona en los otros evangelios. Este hombre no tenía conocimiento visual del mundo, incapaz de describir la belleza de una flor o el paisaje, ni de ver la sonrisa de un niño o disfrutar de la luna llena y las estrellas.

En Juan 9:2, vemos cómo incluso cuestionaban a Jesús, si el sufrimiento del hombre era debido a su pecado o al de sus padres. Jesús les respondió que ni él ni sus padres habían pecado, sino que su condición era para que la gloria de Dios se manifestara en él.

Isaías 61:1 se cumple en Lucas 4:18, donde se declara que Jesús fue enviado para manifestar las obras del Padre en la tierra: dar vista a los ciegos, sanar a los quebrantados, pregonar libertad a los cautivos y resucitar a los muertos, como lo hizo con Lázaro.

En Juan 9:6-7, vemos cómo Jesús realiza milagros de maneras que desafían nuestro entendimiento y expectativas. Él hace lo que desea, probando nuestra obediencia, como en el caso de Naamán en el Antiguo Testamento, quien fue curado de su lepra solo después de sumergirse siete veces en el río Jordán, obedeciendo la instrucción del profeta Eliseo.

La historia del ciego de nacimiento es una poderosa lección sobre la obediencia. Él obedeció a Jesús sin cuestionar, fue al estanque de Siloé, se lavó y recibió su sanidad. Este acto de obediencia trajo un resultado maravilloso, mostrando cómo la fe y la acción pueden cambiar nuestras vidas.

Sin embargo, en Juan 9:8 y siguientes, en lugar de celebrar el milagro, algunas personas comenzaron a cuestionar y a dudar. Los religiosos, en particular, buscaban razones y explicaciones en lugar de reconocer la obra de Dios. El hombre sanado les respondió con convicción, y aunque fue expulsado de la sinagoga, Jesús lo encontró y tuvo una conversación transformadora con él, donde finalmente lo reconoció como el Hijo de Dios y lo adoró (Juan 9:35-38).

Este proceso, de ver a Jesús como un hombre, luego como un profeta, y finalmente como el Hijo de Dios, es un camino de fe que todos nosotros podemos experimentar. Jesús nos abre los ojos, nos libera de nuestras cadenas y nos permite ver las maravillas de Dios, declarando que somos libres en Él. Que esta verdad nos inspire a vivir en la libertad y la luz que solo Él puede ofrecer.

Obispo Nectalí Sánchez Ávalos

Supervisor regional en Veracruz, para el Concilio de La Iglesia de Dios de la Profecía. Pastor en Coatzacoalcos, Ver.

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