Vida en Cristo

El misterio de la cruz

1 Corintios 1:18-31

Cuando tenía 15 o 16 años, jamás imaginé que algún día estaría predicando ante un pueblo. Este es uno de los grandes misterios que Dios nos ha revelado: el evangelio no se transmitía en nuestra mente. Nuestros padres nos enseñaban acerca de Dios a través de la iglesia tradicional, pero de forma superficial, convirtiendo la fe en una religión heredada. Recuerdo cómo a mi papá le costó dejar atrás esas tradiciones para abrazar el evangelio.

Creíamos que Dios era un ser gigante, con barbas y vestidos blancos, portando un palo para castigar a los malos y ofreciendo un regalo en la otra mano para recompensar a los buenos. Ese era mi concepto de Dios. Caí en la idolatría y en muchas otras equivocaciones, pero Dios nos reveló la verdad. No sé qué habría sido de mi vida si no hubiera conocido el evangelio; quizá usted sería exitoso en lo terrenal, pero muy, muy lejos de Dios.

Pablo escribió esta carta a la iglesia de Corinto, ya que ellos eran un pueblo aficionado al placer humano y a la sabiduría. La iglesia, si no es debidamente enseñada e instruida, tiende a desviarse hacia lo que capta su atención: señales, milagros y experiencias religiosas. Este peligro ya se evidenciaba en tiempos de Pablo. Incluso en Corinto, había mujeres que vendían sus cuerpos, y esta práctica intentaba infiltrarse en las filas de la iglesia.

Al inicio de la carta a los Corintios se notaba un riesgo de división: unos preferían a Apolos, otros a Pablo, y otros a Pedro (1 Corintios 1:12). Entonces, Pablo les pregunta: “¿Acaso está dividido Cristo?” (1 Corintios 1:13). Si Cristo fue el que murió por ustedes, no fuimos nosotros. Es reconfortante ver a Pablo, un hombre que ama la iglesia y está siempre pendiente de exhortarnos.

Había dos grupos de sabios: los estoicos y los epicúreos. Ellos creían que la meta de la vida era alcanzar la felicidad, lograr el máximo placer humano, y pensaban que se debía tener ciertos atributos para que Dios se fijara en uno. Pablo percibió esta mentalidad y les mostró que la palabra de la cruz es locura para quienes se pierden, pues, ¿qué atractivo puede tener una cruz? Un instrumento de muerte destinado a los criminales.

Isaías proclamó una gran verdad: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha manifestado el nombre de Jehová?” Él ya anticipaba que el Mesías sería rechazado, ya que nadie podría creer que el Hijo de Dios moriría en la cruz por la humanidad. El pueblo judío esperaba a un personaje majestuoso, montado sobre un caballo, con corona en la cabeza, que destruyera a sus enemigos, tuviera esclavos y aniquilara a todos sus adversarios. Pero cuando Jesús nació de manera tan sencilla, en un pesebre, ¿qué de atractivo tenía ese nacimiento?

Mi madre se alivió de puras parteras; yo no nací en un hospital. Cristo vino al mundo de una forma tan sencilla que los únicos testigos fueron los ángeles en el cielo, quienes proclamaron: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lucas 2:14). ¿Dónde estaban aquellos sabios o filósofos en ese preciso momento? Herodes tembló al enterarse de que venía un Mesías, pensando que había venido a arrebatarle el trono. Y ya conocen la historia de todo lo que ese hombre hizo para intentar acabar con Jesús.

El ministerio de Jesús no era aceptado, pues, ¿qué podía enseñarles el hijo de José, el carpintero? No parecía tener nada de atractivo. Aunque una gran multitud lo seguía, muchos buscaban en Él solo alimento espiritual, y eran pocos los que lo hacían por amor genuino. Aún hay mucha gente que no ha nacido de nuevo; Dios busca creyentes que lo amen y verdaderamente le crean.

El evangelio que predicamos es poco aceptado; el hombre natural no comprende las cosas. Nosotros, sin embargo, las entendemos porque el misterio nos fue revelado. Este evangelio no fue traído por grandes hombres sabios, ni por aquellos con conocimiento teórico y mente brillante, ni por hombres de ciencia. Dios decidió revelarse a nosotros, su pueblo (Lucas 10:21).

No fueron los griegos ni los eruditos quienes iniciaron la predicación, sino hombres sin letras ni estudios formales. Quizás la gente ansiaba la presencia de grandes intelectuales; por ello, cuando escuchaban a Pedro y a Juan predicar, quedaban profundamente impresionados (Hechos 4:13).

A mis 60 años me siento inmensamente agradecido, porque la verdad me llegó a través del evangelio y hoy disfruto de la salvación. Solo es necesario disponer nuestro corazón y recibirlo. Jesús no pregunta cuánto poseemos o cuán buenos somos; cada alma vale oro. Entrégasela a Él, pues es un tesoro para Dios. El mensaje del evangelio sigue sin tener lógica para los grandes iluminados, quienes se cuestionan cómo es posible que alguien que fue criminal, homosexual o prostituta, hoy predique la palabra de Dios. Ahí tenemos el ejemplo de Zaqueo, un publicano, y el de la mujer pecadora que enjuguó los pies del Maestro. Pero, en medio de tanta necedad, Dios escogió lo necio del mundo para avergonzar a los sabios y entendidos (1 Corintios 1:27).

Usted y yo no merecíamos la salvación. Si alguno aquí se atreviera a contar su historia de vida, nos quedaríamos con la boca abierta. Sin embargo, esa es precisamente la gente que Dios busca: los enfermos.

Hay un canto hermoso que dice:
“Yo conozco a Cristo:”

El mundo necesita seguir escuchando el mensaje de la cruz.

Obispo Nectalí Sánchez Ávalos

Supervisor regional en Veracruz, para el Concilio de La Iglesia de Dios de la Profecía. Pastor en Coatzacoalcos, Ver.

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