La Sangre de Cristo
La sangre de Jesucristo es el regalo más sublime que nos ha sido otorgado. Su valor, a menudo mal comprendido o subestimado, va mucho más allá de la mera redención de nuestros pecados. A través de la sangre derramada y rociada de Jesús, encontramos no solo el perdón sino también la protección, la comunión y el poder para vencer toda adversidad.
He meditado en la profunda simbología de la sangre en las Escrituras, donde se habla de la sangre derramada y la sangre rociada. La sangre derramada de Cristo en la cruz, recordada en cada acto de comunión, habla de un sacrificio inigualable por nosotros. Pero hay otra dimensión, la sangre rociada, que simboliza la aplicación activa de este sacrificio en nuestras vidas, ofreciendo protección y consagración.
El episodio del éxodo, donde la sangre del cordero se rociaba en los dinteles de las puertas, ilustra perfectamente este concepto. La sangre no solo se derramaba; se aplicaba de manera que efectivamente salvaba a las familias israelitas del ángel destructor. Del mismo modo, la sangre de Jesús, recogida en el celestial recipiente de la gracia divina, no se desperdicia sino que se aplica sobre nosotros para nuestra salvación y defensa.
Este acto de rociamiento no es un ritual físico sino una realidad espiritual profunda que experimentamos por la fe. Cuando por fe recibimos el sacrificio de Cristo, su sangre se rocía sobre nuestros corazones, marcándonos como propiedad de Dios, protegidos de los ataques del enemigo.
La preciosa sangre de Jesús, al ser rociada sobre nosotros, nos brinda acceso a una comunión íntima con Dios, tal como los israelitas que comieron y bebieron en la presencia de Dios tras el rociamiento de la sangre en el monte Sinaí. Este acceso nos es otorgado no por méritos propios, sino por la purificación y santificación que la sangre de Jesús efectúa en nosotros.
Pero, ¿Cómo se rocía esta sangre sobre nuestro corazón hoy? Se hace por medio de la fe, cuando acogemos la obra completa de Cristo en la cruz, y a través de la predicación ungida por el Espíritu Santo, que lleva esta realidad a nuestras vidas.
Los beneficios de esta sangre rociada son inmensurables: redención del pecado, liberación del poder de las tinieblas, y un lugar en la presencia de Dios sin condenación ni temor. Estamos llamados a vivir en la plenitud de estos beneficios, dejando atrás toda duda y temor, y entrando en un lugar de reposo y certeza en la obra completa de Cristo.
Una vez rociados con esta sangre divina, nuestra respuesta debería ser una de paz, confianza y alabanza jubilosa a Dios. No como aquellos que aún dudan de su valor o efecto, sino como aquellos que, firmes en la fe, descansan en la seguridad de que estamos limpios, justificados y protegidos por la sangre poderosa de Jesús.
Por lo tanto, con corazones rociados por su sangre, caminemos en luz, autoridad y gratitud, proclamando la victoria y la eficacia de la sangre de Jesús en cada área de nuestras vidas. Es una invitación a vivir no en la sombra de la duda, sino en la resplandeciente luz de la verdad, asegurados y fortalecidos por el inigualable poder de su sangre. ¡Amén!