Vida en Cristo

La transformación del carácter en la vida del creyente

De suplantador a embajador de Cristo

Todos hemos sido llamados y salvos cuando estábamos perdidos, sin conocer nada de los temas espirituales. Él nos encontró rústicos, sin forma, pero desde que nos llamó, ha trabajado en nosotros y nos ha transformado. La meta es que lleguemos a tener la misma imagen de Él (Filipenses 1:6; Proverbios 4:18; 2 Corintios 3:18; Filipenses 2:15).

El carácter no es lo mismo que el temperamento. El temperamento es algo que heredamos de nuestros padres: fuertes, impulsivos; lo traemos en nuestra sangre y lo sacamos a relucir cuando perdemos la compostura. Pero el carácter se forja a lo largo de la vida. Un hermano en su libro decía: una imagen pública es lo que usted proyecta cuando sabe que lo están observando; es lo que prepara para impresionar a la multitud. El carácter, en cambio, es lo que usted es cuando cree que nadie lo está viendo. Así es realmente. Es más fácil construir una imagen pública que un carácter. Sin embargo, Dios está más interesado en nuestro corazón que en lo que intentamos proyectar ante la gente.

La gente está cansada de palabras vacías. Dios quiere ver en nosotros acciones y actitudes que realmente reflejen lo que predicamos. Somos embajadores, representantes de Cristo en la Tierra. Dios nos llama embajadores y nos ha dado el ministerio de la reconciliación (2 Corintios 5:20). ¿Cómo podemos reconciliar a un mundo lleno de falsedad e hipocresía? Siendo diferentes al mundo. Dios necesita hombres y mujeres que puedan representar Su nombre en esta tierra.

Cómo desarrollar un carácter

Nuestra mente es el campo de batalla. Todas nuestras acciones provienen de nuestra mente. Debemos discernir qué pensamientos son buenos y cuáles son malos. Un mal pensamiento se incuba en la mente como un huevo y, si no lo cortamos, se convierte en una acción. Si no lo eliminamos, se convierte en una adicción, una costumbre, y luego en un estilo de vida. Y si no rompemos con ese estilo de vida, se convierte en nuestro destino.

Un pequeño pensamiento puede llevarnos al infierno.

Dios trabaja a través de generaciones

Dios a veces necesita más de una generación para cumplir Su propósito. Por ejemplo, con Abraham, Isaac y Jacob, vemos el plan de Dios para la humanidad, aunque estos hombres no fueron perfectos. Abraham siguió el mal consejo de Sara y tuvo un hijo fuera de la promesa de Dios, Ismael, y a partir de esa decisión incorrecta, la guerra continúa en el Medio Oriente hasta hoy. Nuestros pecados son perdonados, pero las consecuencias permanecen.

Jacob nació junto con su hermano Esaú, y desde el vientre de su madre, Rebeca, ya había lucha entre ellos. La Biblia dice que cuando llegó el momento del parto, Rebeca quería morir, pero Dios le habló y le dijo que había dos naciones en su vientre, y que el mayor serviría al menor (Génesis 25:23). Nació primero Esaú, pero Jacob venía agarrando su talón, como si dijera: «Yo quería ser el primero». En ese tiempo, el primogénito tenía un destino glorioso.

Ambos jóvenes crecieron en un hogar donde había favoritismo. Isaac amaba a Esaú porque era hombre de campo y le traía comida, pero Jacob era el favorito de su madre, Rebeca. Un día, Esaú llegó del campo agotado y cambió su primogenitura por un plato de comida que Jacob le ofreció (Génesis 25:30-34), y así Esaú menospreció su primogenitura.

Cuando Isaac envejeció, convocó a sus hijos para bendecirlos. Mientras Esaú salía a cazar, Rebeca preparó a Jacob para que recibiera la bendición. Jacob, disfrazado como Esaú, entró donde su padre, quien le dijo: «Tu olor es el de Esaú, pero tu voz es la de Jacob» (Génesis 27:22-23). A pesar de la duda, Isaac le dio la bendición.

Más tarde, Esaú regresó con la comida y pidió su bendición, pero Isaac le dijo que su hermano lo había engañado y había tomado la bendición (Génesis 27:35). Hermanos, cuántas veces hemos perdido bendiciones por no valorarlas. El enemigo nos distrae con placeres temporales y cambiamos nuestras bendiciones por cosas pasajeras.

En todos mis años como creyente, he perdido bendiciones por menospreciar las cosas de Dios. Pero también he aprendido que cuando me dispongo a recibir de Dios, lo logro. No negociemos lo que Dios tiene para nosotros por algo temporal. Isaac le dijo a Esaú: «Le he dado todo lo que era tuyo» (Génesis 27:37), y Esaú lloró amargamente (Génesis 27:38).

Malaquías 1:2-3 nos muestra que Dios amó a quien procuró con todas sus fuerzas la bendición y rechazó a quien no la valoró. Los sacerdotes de la antigüedad intentaban aparentar santidad con vestimentas e insignias que decían «Santidad a Jehová» (Éxodo 28:36), pero cuando Jesús vino, dijo: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Mateo 15:8).

Seamos transparentes, hermanos. Dios perfeccionará Su obra en nosotros, no vivamos de apariencias. Dios quiere trabajar con nosotros porque Su deseo es que lleguemos a ser como Cristo.

Jacob aprendió desde joven a conseguir todo lo que quería, aplicando el principio de que «el fin justifica los medios». Sin embargo, hubo tres jóvenes en Babilonia: Sadrac, Mesac y Abednego, que decidieron no contaminarse con la comida del rey. Ellos pudieron haber dicho: «Somos esclavos, debemos obedecer para sobrevivir», pero firmemente dijeron: «No nos inclinaremos ante la estatua de Nabucodonosor» (Daniel 3:16-18).

El carácter de Jacob fue forjado por su propia madre, quien lo incitó a hacer lo necesario para obtener lo que quería. Esaú persiguió a Jacob con la intención de matarlo, tanto que su madre tuvo que enviarlo lejos. En su huida, Jacob llegó a un lugar donde se encontró con alguien que tenía un carácter aún más retorcido que el suyo: Labán. Jacob trabajó siete años por su amada Raquel (Génesis 29:20), pero la noche de bodas fue engañado, y le dieron a Lea en lugar de Raquel (Génesis 29:23).

Cuidado con los engañadores. Si usted engaña, también será engañado. Si usted traiciona a alguien, vendrá alguien a traicionarlo a usted. No hagamos a otros lo que no queremos que nos hagan.

La bendición de Dios sobre Jacob comenzó a hacerse evidente; se hizo muy rico, con tantas ovejas y ganado que no tenía dónde guardarlas (Génesis 30:43). Pero a pesar de toda esa bendición, algo inquietaba a Jacob: sabía que eventualmente tendría que encontrarse con su hermano Esaú.

Después de muchos años, Dios preparó ese encuentro. Antes de ver a su hermano, Jacob luchó con un ángel toda la noche y clamó: «No te dejaré si no me bendices» (Génesis 32:26). Y en esa lucha, el ángel tocó su muslo, dislocándolo, y le cambió el nombre de Jacob a Israel, porque había luchado con Dios y con los hombres, y había prevalecido (Génesis 32:28).

Dios es un Dios de procesos, y estuvo ahí para transformar a Jacob, quien pasó de ser un suplantador a convertirse en Israel.

El alfarero y el barro

Cuando Jeremías vio al alfarero trabajando con el barro, notó que parte del barro caía de sus manos, pero el alfarero lo recogía y volvía a formar la vasija (Jeremías 18:1-6). Dios le dijo: «Así es mi pueblo, yo soy el alfarero, y ellos son el barro». ¿Acaso le dirá el barro al alfarero: «¿Por qué me haces así?» (Isaías 45:9). No podemos entrar en el Reino de Dios con un carácter deformado. Dios trabaja en nosotros como el alfarero, quitando las imperfecciones con Su cincel: orgullo, rebeldía, desobediencia. Todo eso no nos llevará a ningún lado.

El alfarero está aquí para pulir nuestro carácter. ¡Qué hermoso es tratar con alguien que tiene el carácter de Cristo! Pero qué difícil es tratar con alguien que tiene un carácter amargo y que no controla sus emociones.

¿Está usted dispuesto a que Dios forme su carácter?

Sigamos el ejemplo de Jesús

¿Cómo era Jesús? Tierno, amable, misericordioso. Cuando enfrente una situación o un problema, pregúntese: ¿qué haría Jesús? Y ahí encontrará la respuesta.

Clamemos hoy a Dios para que Él transforme nuestro carácter.

Obispo Nectalí Sánchez Ávalos

Supervisor regional en Veracruz, para el Concilio de La Iglesia de Dios de la Profecía. Pastor en Coatzacoalcos, Ver.

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