La importancia de la santidad en nuestras vidas
1 Pedro 1:15-16 – “Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.”
La palabra “santidad” puede sonar un poco intimidante para algunos jóvenes. A veces la relacionamos con perfección o pensamos que es algo imposible de alcanzar. Sin embargo, la santidad no significa ser perfectos, sino estar apartados para Dios, viviendo de una manera que refleje su carácter y que lo glorifique en todo lo que hacemos.
Ser santos implica ser diferentes, vivir de acuerdo con los valores y principios de Dios, en lugar de seguir los caminos de este mundo. Dios nos ha llamado a ser luz en un mundo lleno de oscuridad, y eso solo es posible cuando nos comprometemos a vivir en santidad. No es una tarea fácil, pero el Espíritu Santo nos da la fuerza y el poder para vivir como Dios nos pide.
Ser santos significa ser diferentes
En un mundo donde ser “diferente” muchas veces es mal visto, Dios nos llama a destacarnos. Pero esta diferencia no es para hacernos sentir superiores, sino para reflejar la vida de Jesús. Cuando somos santos, nuestras decisiones, actitudes y acciones son un testimonio vivo de quién es Dios. En Romanos 12:2, Pablo nos dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento.”
Ser santos implica no seguir las corrientes de este mundo. Las modas, las ideas y las influencias de la sociedad no deberían dictar cómo vivimos, sino que nuestra vida debe estar guiada por la Palabra de Dios. Esto puede ser difícil, especialmente cuando todos a nuestro alrededor parecen estar haciendo lo contrario. Sin embargo, cuando decidimos vivir conforme a lo que Dios nos pide, nuestra vida no solo agrada a Dios, sino que también tiene un impacto positivo en los demás.
La santidad empieza en el corazón
A menudo pensamos que la santidad tiene que ver solo con lo que hacemos o dejamos de hacer, pero la santidad comienza en el corazón. Jesús nos enseña en Mateo 15:19 que “del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.” La verdadera santidad no es solo una lista de cosas que debemos evitar, sino que tiene que ver con lo que hay en nuestro corazón.
Dios no solo quiere cambiar nuestras acciones externas; Él quiere transformar nuestro corazón. Ezequiel 36:26 nos promete: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros.” La santidad es el resultado de una transformación interna que se refleja en todo lo que hacemos. Si permitimos que Dios moldee nuestro corazón, nuestras acciones serán el reflejo de esa obra interna.
Viviendo la santidad en el día a día
A veces, hablar de santidad parece algo que solo se aplica a los “grandes momentos” de nuestra vida. Pero la realidad es que la santidad se vive en las pequeñas decisiones de cada día. Es en lo cotidiano donde mostramos si realmente estamos comprometidos a vivir para Dios o no.
Por ejemplo, la santidad se refleja en las decisiones que tomamos respecto a lo que vemos, lo que escuchamos y con quiénes nos relacionamos. Si estamos comprometidos a vivir en santidad, eso significa que pensamos dos veces antes de ver una película o serie que no agrada a Dios, o escuchamos canciones que no edifican nuestra fe. Filipenses 4:8 nos dice: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro… en esto pensad.”
Vivir en santidad no es solo evitar lo malo, sino llenarnos de lo bueno. Se trata de elegir lo que nos edifica y nos acerca a Dios, en lugar de lo que nos desvía de su camino. Esto incluye nuestras amistades, nuestros pasatiempos y nuestras metas.
Santidad no es perfección, es rendición
Algo importante que los jóvenes deben entender es que la santidad no significa ser perfectos. Todos cometemos errores, y Dios no espera que seamos perfectos. Pero sí espera que nos rindamos a Él, que le entreguemos nuestro corazón y nuestra vida para que Él pueda transformarnos.
En 1 Juan 1:9 se nos dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” No importa cuántas veces caigamos, Dios está dispuesto a perdonarnos y a limpiarnos. La santidad no es una meta inalcanzable, sino un proceso continuo en el que Dios nos va transformando a su imagen, paso a paso.
La clave es estar dispuestos a reconocer cuando fallamos y pedirle a Dios que nos ayude a mejorar. No se trata de un esfuerzo humano, sino de permitir que el Espíritu Santo haga su obra en nosotros. Gálatas 5:16 nos dice: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.” Es el Espíritu Santo quien nos capacita para vivir en santidad.
Dios nos ha llamado a ser santos, a vivir separados del mundo y dedicados a Él. La santidad no es un peso o una carga, sino una invitación a vivir una vida plena y transformada, que refleje el carácter de Cristo. No se trata de perfección, sino de rendirnos a Dios para que Él transforme nuestro corazón y nuestras acciones. Al vivir en santidad, no solo agradamos a Dios, sino que impactamos a quienes nos rodean.