
La historia de Samuel, en 1 Samuel 1-18, nos presenta situaciones aparentemente amargas o tristes. A veces podríamos preguntarnos dónde estaba Dios durante esos momentos. Curiosamente, por ejemplo, en el libro de Ester, no aparece el nombre de Dios, pero sin duda alguna, Él estuvo detrás de toda esa historia.
Nada de lo que nos sucede en nuestra vida ocurre sin un propósito; Dios está detrás de todo, inspeccionando cada detalle para que al final todo sea para bien.
Tal es el caso de esta historia, que comienza cerca del año 1100 a.C., en el tiempo de los jueces. En esa época, cada uno hacía lo que bien le parecía porque no había a quién rendir cuentas. Dios levantaba a un juez y, mientras ese juez vivía, el pueblo estaba bien, pero a la muerte de ese juez, el pueblo volvía a su antigua vida. Reflexionaban, sentían remordimiento y lloraban, pero al otro día seguían igual.
Yo recuerdo que cuando tomaba y reflexionaba sobre mis acciones, lloraba, pero solo sentía remordimiento, no había arrepentimiento, es decir, intención de cambiar. Esta era la característica de aquellas personas.
Había enemigos como los amonitas y los filisteos. Dios levantó por aquellos tiempos a Sansón, un hombre con un voto nazareo. Es decir, no le pasaba navaja sobre su cabeza, no podía acercarse a un cadáver. Samuel también era así, al igual que Juan el Bautista. Sus padres hicieron un voto a Dios para la vida de ellos cuando eran niños.
La Biblia nos dice que Elcana tenía dos mujeres, Penina y Ana. La primera afligía a la segunda porque ella tenía hijos, mientras que Ana, dice la Biblia, no había recibido de Dios el privilegio de ser madre. Esta mujer era de un espíritu apacible y paciente. En el Antiguo Testamento, una mujer estéril era considerada bajo maldición, y el varón debía conseguir una mujer que pudiera darle descendencia.
Elcana consolaba a su esposa Ana, diciéndole: «¿Acaso no te soy yo mejor que diez hijos?» Pero Ana tenía el profundo deseo de dar a luz un hijo.
Ana recurrió a lo que todo ser humano debería recurrir cuando enfrenta algo así: clamó al Señor. Fue la mejor idea que pudo tener, subir al templo a clamar a Jehová de los ejércitos.
1 Samuel 1:9-10 muestra cómo hubo una acción por parte de Ana. Mientras estaba postrada, clamando y llorando, la Biblia dice que solo movía su boca, no gritaba para ser escuchada; estaba clamando dentro de su ser, de su alma.
La oración de Ana está en 1 Samuel 1:11. Es posible que este solo sea un resumen de lo que Ana pasó largas horas pidiendo a Dios.
Todo lo que nosotros pidamos al Padre, lo recibiremos. La oración es un recurso que tenemos para resolver cualquier situación que parezca imposible. Nos acercamos confiadamente al trono de la gracia porque si hay algo que pueda impactar el corazón de Dios, es un corazón contrito y humillado. El apóstol Santiago dice que a veces pedimos mal (Santiago 4:3).
Amados hermanos, hay un jardín de oración que nos espera todos los días. Ana no buscó ayuda humana, no se desquitó con Penina por molestarla, no decidió irse de la casa. Ana fue al lugar correcto a clamar a Dios.
Ella hizo un voto. A veces nosotros hacemos votos y se nos olvidan. ¿Recuerdan algún momento en que hayan hecho un voto y no lo hayan cumplido?
Es mejor no prometer que prometer y no cumplir (Eclesiastés 5:4-5).
Elí pensó en su corazón: «Esta mujer está borracha». Se acercó a ella y le dijo: «Digiere tu vino». Ana le respondió: «No, señor mío, no estoy ebria; soy una mujer angustiada de espíritu». Elí le dijo: «Ve en paz y Dios te otorgue la petición que le has hecho».
Ana se fue a su casa y la Biblia dice que no estuvo más triste.
Aprendamos de Ana; ella tuvo fe, clamó y supo que Dios respondería. Al otro día, Penina seguía irritándola, pero Ana había cambiado de actitud porque ya había tenido un encuentro con Dios.
Necesitamos cambiar de actitud después de entregar nuestras cargas a Dios. Ya no mencione esas cargas, cambie de lenguaje, esté seguro de que si ya las entregó a Dios, Él se hará cargo de todas ellas.
No deje que nada le amargue el día. Si Dios está de nuestro lado, nada nos podrá hacer frente.
Ana recordó que tenía a Dios de su lado y recurrió a la fuente de toda bendición.
Cuando pasó el tiempo y el niño había crecido un par de años, subió al templo a entregarlo a Dios. Ana escribió un cántico que se ha vuelto un emblema en Israel: 1 Samuel 2:1-11. Ana canta con el niño en sus brazos.
El cántico de Ana resalta el contraste entre los capítulos 1 y 2 del primer libro de Samuel. Primero Ana sufría y después glorificaba a Dios por lo que ya le había dado. Cuando la gente vea que tienes algo de parte de Dios, cesarán las bocas arrogantes. Dios se gloría en la debilidad para mostrar su poder. Antes, Ana era humillada hasta el polvo; ahora es elevada al trono de honor. Dios levanta al humilde (Lucas 1:52).
En la vida de cada uno de nosotros hay un antes y un después. Todos los que estamos aquí traemos un antes, una historia de la cual nos avergonzamos, pero nos gozamos en nuestro ahora.
¿Quién se podría imaginar que esa mujer llamada Ana sería levantada del polvo hasta la gloria?
Dios levanta de lo más vil para avergonzar a los sabios (1 Corintios 1:27)