Desarrollo Espiritual

Llamados desde la Eternidad

Efesios 1:1-3

Así comienza el Apóstol Pablo. Después de un breve saludo, plasma su sello en ese saludo inicial.

La epístola a los Efesios es una gran exposición sobre la unidad que debe haber entre judíos y gentiles. Usted sabrá que en ese tiempo existían estos dos grupos y no se llevaban entre sí, como relata la mujer samaritana (Juan 4:9).

Esta epístola habla sobre ese gran misterio: ya no hay judío ni griego, todos somos uno en Cristo Jesús (Gálatas 3:28).

La carta a los Efesios es parte de un grupo de cuatro cartas. Esta parte Pablo no la escribe desde una oficina con comodidades; se escribe en un estado crítico en la prisión de Roma. A Pablo nada le impedía cumplir su función y llamado como apóstol de los gentiles.

Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón las escribe Pablo estando preso en Roma.

Pablo pide a sus lectores que comprendan que el llamamiento que Dios nos ha hecho es un llamamiento santo, especial, único. Somos predestinados desde antes de los siglos.

Tu llamado no comenzó el día que te convertiste al evangelio, sino desde antes de la fundación del mundo. Antes que todo fuera formado, ya estaba escrito que habíamos sido seleccionados por Dios. Él sabía en qué lugar, en qué país nacerías, quiénes serían tus padres. Ya existíamos en la mente de Dios.

Mi madre, con todos los intentos que hizo para abortar a mi hermano, nunca pudo. Mi hermano tenía un propósito en este mundo; hoy es pastor de una iglesia. Mi padre llevó a mi madre con muchas personas a darle de tomar muchas cosas para poder abortar, pero nada surgió efecto.

Todos nosotros estamos aquí no por casualidad, sino por un grande propósito que ya Dios puso desde antes de la fundación del mundo.

Los habitantes de Éfeso tenían la tentación de sumergirse en las costumbres paganas y tenían en poco su conversión. Cuando ya no nos emociona nada, ni ir al culto ni congregarnos, es un grave peligro que nos lleva a olvidarnos de Dios y nos conduce a un mundo de miseria espiritual, mendigando migajas espirituales. Pero cuando el ser humano conoce las riquezas del poder de Dios, ese hombre, esa mujer, se sumerge en la búsqueda de Dios y podemos decir: fuera de ti nada deseo en esta tierra (Salmos 73:25). Pablo decía: todo lo tengo por basura con tal de conocer a Cristo (Filipenses 3:8).

Yo sueño con una juventud sumergida en las profundidades de Dios, con mujeres y hombres apasionados por Dios.

Efesios 1:13

Este versículo nos muestra una de las riquezas que nosotros debemos conocer. Este evangelio son buenas nuevas de salvación, que tienen su origen en el propósito eterno de Dios, quien tenía contemplada a una humanidad que erraba perdida sin pastor. Habiendo nosotros sido obedientes a ese llamado, Él nos recibe y nos convertimos en sus hijos. Nos pone un sello que es el Espíritu Santo, declarando que nos ha marcado como suyos. Ese sello está en aquel que ha creído en Dios. Él nos ha apartado desde ese momento.

Es como alguien que llega a una tienda y que al comprar algo no tiene el dinero completo para llevarlo, pero deja un anticipo para poder apartarlo y que ya nadie más se lo pueda llevar. De esa forma podemos decir que Cristo nos apartó para que nosotros podamos ser de Él y que nadie toque lo que es de Él. Esto tendrá una consumación total hasta el día en que nuestra redención sea completa en el reino de Dios. Él podrá disfrutar de nosotros, podrá recibir a la humanidad por completo, aquella humanidad por la cuál Él se entregó. Él nos abrazará y dirá: venid benditos de mi Padre (Mateo 25:34).

Tenemos que tomar una decisión cada día de entregarnos completamente y sin reservas. ¿Por qué esperar tanto si ya conocemos el amor de Dios? ¿Acaso rechazarías una oferta de salvación estando en peligro de muerte, que te dijera: «Aquí tendrás salvación, no te pasará nada»? ¿Permanecerías en peligro? Obviamente, correríamos a refugiarnos en ese lugar seguro que nos está ofreciendo. Esto es lo que está pasando hoy con esta humanidad que no quiere recibir al Señor, como cuando Noé predicaba a la humanidad que estaba lejos de Dios. Él pasó años predicando y la gente rechazó rotundamente la oferta que se les presentó y como consecuencia, ya sabe la historia, todos murieron en ese diluvio (Génesis 7:23).

Efesios 1:4

¿Para qué nos apartó Dios? No para que nos involucremos en el mundo. Él te apartó para que seas una persona consagrada para Él, porque Él usa solo instrumentos consagrados. Te apartó para que seas santo y sin mancha (Efesios 1:4).

Ser santo y sin mancha abarca toda una vida de proceso, hasta que vengan las bodas del Cordero y nosotros, como su esposa (la iglesia), estemos aparejados (Apocalipsis 19:7). Pero vamos de menos a más, no es algo instantáneo.

Fuimos escogidos desde antes de la fundación del mundo. No somos cualquier cosa, somos hijos de Dios. No puedes ser como los de afuera que están en la inmundicia. Debes guardarte, no des las perlas a los cerdos. Una perla de gran precio se cuida (Mateo 7:6).

Efesios 1:5

Pablo está hablando aquí a un pueblo que está mezclado entre judíos y gentiles. Les dice a los gentiles que ellos, en un inicio, no tenían parte ni suerte con el plan de Dios, pero como ese pueblo rechazó ese pacto, esa riqueza en Cristo, el apóstol Juan dice que a nosotros se nos dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:12).

Efesios 2:19

Nadie se sienta un extranjero en esta iglesia. Usted no es ningún extraño. Cristo ha hecho que usted pueda disfrutar este evangelio que Dios nos ha dado. Hay personas que tienen temor de entregarse a las cosas de Dios. El hermano del hijo pródigo vivió toda su vida sin disfrutar algo de la casa de su padre. Cuando llegó su hermano perdido, su padre hizo fiesta y algarabía. Este hombre tuvo envidia de su hermano. El padre le dijo: «Hijo, todo esto que está aquí es tuyo. Si no has tomado nada es porque no has querido» (Lucas 15:31).

Podemos pasar 20, 30, 40 años en el evangelio y, con todo y eso, seguir siendo quizá los mismos, cuando en la casa de tu padre hay abundancia de bienes. Puedes tomar de todas las bendiciones que están en este reino y vivir una vida abundante y plena. No necesitas desear las algarrobas de los cerdos. No es lícito que un hijo que tiene todo en el palacio de su padre tenga el deseo de ir al mundo. Amados hermanos, somos ricos en el reino de Dios según (2 Corintios 8:9).

Cristo se despojó de toda su gloria, estando en el trono, teniendo todo, vino a vivir en un mundo hostil, que no lo trató bien, para vivir en una humanidad que no lo quería. Cristo se despojó, se vació, con tal de enriquecer a un pueblo que somos nosotros. Siendo rico, se hizo pobre para que nosotros fuéramos enriquecidos en Él (2 Corintios 8:9).

¿Acaso no es un gozo saber que nuestros pecados fueron perdonados? ¿Entonces por qué debemos vivir con el pasado en la mente? Satanás nos hace recordar el pecado que cometimos años atrás. Cristo dice que mis pecados estarían perdonados y sepultados en lo profundo del mar (Miqueas 7:19).

Imagine usted la fiesta que el pueblo judío hacía cada año cuando el sumo sacerdote salía del templo, después de pasar horas en la presencia de Dios. Era señal de que habían sido limpios de su pecado. Así pasaba un año más, un año de volver a ensuciarse y Dios volver a limpiarlos, cordero tras cordero en ser sacrificados. Pero después vino el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ya no cada año, sino una sola vez y para siempre (Juan 1:29).

Tenemos redención por su sangre. Él nos compró con su sangre. Somos de un valor incalculable. Pedro dice que fuimos comprados con la preciosa sangre de Jesucristo (1 Pedro 1:18-19).

Entonces, nuestro precio es invaluable, más que el oro, más que las piedras preciosas. Por eso Pablo, en una versión de la Biblia, nos llama «carísimos». Nuestro valor es tan alto como para que no nos valoremos. Somos esa perla de gran precio, ese tesoro que Dios escogió, que apartó para que sea de su exclusividad.

Somos aceptos en Él según (Efesios 1:6). Y aún más, con una elocuencia grande dice en (Efesios 1:9-10) que el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo reunirá a toda su creación, los que estamos ahora y los que estuvimos antes, y disfrutaremos de sus riquezas por toda una eternidad.

A través de Cristo vienen todas estas revelaciones. Todo lo que es oculto a los doctos y sabios, nos son reveladas a nosotros, como la vida eterna y nuestros cuerpos siendo glorificados.

En (Efesios 1:11) vemos otra riqueza que tenemos: una herencia. Solo es para los hijos. Nosotros somos herederos y coherederos juntamente con Cristo. Hay una herencia que nos está esperando. En aquel gran día, habrá grandes sorpresas para nosotros. Una gran mansión nos aguarda.

¿Por qué no disfrutamos las riquezas en el Señor? Porque no hemos entendido estos misterios. En aquel gran día cantaremos con Él, tocaremos el arpa, cortaremos flores, pero estaremos con Él.

Efesios 1:13-14

Este texto sobre la posesión adquirida para la alabanza de su gloria es una verdad grande, profunda y maravillosa. Abarca a toda la iglesia de Dios y sugiere el propósito eterno y lleno de gracia de Dios. Él tiene una posesión y somos nosotros. Para que Él pudiera decir que algo es de Él, tuvo que sellarlo a través de su Espíritu Santo. Este pueblo es uno que compró, que adquirió. Teniendo todo el cosmos, las galaxias, el universo tan vasto, con todas sus estrellas, Él decidió tener una propiedad en esta tierra. Esos somos usted y yo. Tenemos un sello que nos identifica como propiedad de Dios. Somos los hijos de un gran rey, de quien hizo todas las cosas. Él me protege y me cuida. Un padre que es sumamente rico no puede tener un hijo pobre.

No creo que haya un hombre millonario que tenga a sus hijos viviendo en la miseria. Mi Dios es rico en misericordia, en amor, en gracia. Entonces, ¿cómo puedo yo andar mendigando las migajas del mundo? ¿Acaso el sello que se nos ha dado no es poderoso? ¿Acaso ese Espíritu Santo no levantó a Cristo de entre los muertos? Entonces, ¿por qué no nos levantamos en fe y tomamos todo lo que nuestro Padre nos ha dado?

Caminemos como si ya estuviéramos en el paraíso, vivamos como si ya estuviéramos en el reino.

1 Corintios 15:22-26

Cristo entregará su posesión adquirida, que somos nosotros, a su Padre. Le dirá: «Padre, aquí están los que me diste, los guardé hasta los últimos. Tuyos eran y ninguno de ellos se perdió sino solo el hijo de perdición. Te entrego a este pueblo que había sido apartado para ti». Y cuando todo haya sido puesto debajo de sus pies, entonces destruirá la muerte para siempre. No habrá más tragedias, accidentes, ni muerte. Nada de eso existirá más.

Quiero invitarle a vivir una vida con este conocimiento. ¿Quiénes somos? ¿Por qué nos congregamos? ¿Por qué cantamos? ¿Por qué ayunamos? Todo esto necesita saber para vivir como un pueblo libre y agradecido.

Ahora somos un pueblo adquirido, real sacerdocio, nación santa, para que anunciemos las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9).

Obispo Nectalí Sánchez Ávalos

Supervisor regional en Veracruz, para el Concilio de La Iglesia de Dios de la Profecía. Pastor en Coatzacoalcos, Ver.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba